Dios con minúscula (texto sin edición)

     Me duelen los tobillos inflamados y huelo feo. He perdido la cuenta del tiempo. Sé que pronto caerá la noche porque el sol se ha puesto y creo que es octubre porque empieza a llover. Me preocupa la comida, básicamente eso. Es una vida extraña, un latente caminar sin rumbo, sin ni mierda… Los zapatos me dejan con olor a pecueca, el sudor de las axilas es nauseabundo y huelo a mierda. He tratado de limpiarme el culo cuando cago pero ahora las manos me huelen y cuando no encuentro agua tengo que soportarlo, de hecho, ya es común. El día que me fui de la casa fue por gusto, no sé si mío o de quién…
    Esa noche, yo estaba durmiendo, ya era casi por la mañana. Toda la tarde del día anterior mi madre se estuvo quejando en la cama y no le presté atención, pero a eso de la media noche los quejidos eran desgarradores. Me subí al balcón de la alcoba y desde allí observé lo que pasaba: mamá se negó a parirlo y murió con el crio adentro. A los pocos días mi padre quedó en estado de coma tras un accidente, eso dijeron los médicos, yo digo que fue su locura.
      Entendí que nosotros nacemos del gusto de otros, sin remedio, por que toco, porque ese momento de puto placer terminó en un chorro de semen en medio de las piernas de una mujer, una cosa que llaman orgasmo. El padre del colegio me había dicho que éramos creación de dios (con minúscula), pero ahora entiendo que quien fuera ese, no tiene nada que ver en este cuento. Resulta que yo tampoco era planeado. La cigüeña es un cuento que se inventó mi papá para no contarme que él se cogía a mi mamá todas las noches en sus borracheras y entonces por error mi mamá quedó preñada y como no fue capaz de matarme, nací yo. Ahora seguiré caminando, sin rumbo, sin ni mierda, sin todo y con nada. 

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